Esta es una pregunta que muchos padres hacen a los especialistas cuando un hijo ha recibido el diagnóstico de trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH). Sin embargo, es una pregunta mal planteada, y debido a ello, tiene el riesgo de ser mal respondida. El estilo de pregunta induce a una respuesta dicotómica, es decir, a un «si» o a un «no». Pero el asunto es más complejo que esto.
Entonces… ¿es necesario el medicamento?.. Esta pregunta no generará nunca una buena respuesta. No es una buena pregunta. Las malas preguntas generan malas respuestas, y las buenas preguntas generan buenas respuestas. La pregunta sobre la medicación debería formularse en términos de qué tan necesario es el medicamento.
Los medicamentos utilizados para tratar el TDAH son «necesarios» dentro de un continuo de necesidades que van de un extremo (necesidades vitales) a otro (necesidades de autorrealización). Por ejemplo, no es lo mismo qué tan necesaria es una aspirina para una persona que padece un dolor de cabeza leve, que la necesidad que tiene un diabético de administrarse insulina (pues en ello se le puede ir la vida). De forma similar, no es lo mismo la necesidad de tratamiento que tiene un niño con TDAH leve, que sin embargo, ha adquirido buenos hábitos de estudio, es inteligente y recibe el apoyo de sus padres y maestros; en contraste con la necesidad que tiene de la medicación un niño con TDAH grave, que asiste a una escuela caótica, posee una escasa inteligencia, tiene pobres hábitos de estudio y convive con una familia disfuncional.
Gracias a las descripciones de Abraham Maslow, en su obra Una teoría sobre la motivación humana, nos queda más claro que las necesidades de los seres humanos obedecen a una jerarquía, y tienen por tanto grados de importancia. Existen necesidades básicas que se encuentran en la base de una pirámide metafórica y pertenecen al orden de lo fisiológico (por ejemplo, comer, respirar, etc.), luego se encuentran las necesidades de seguridad y protección. Posteriormente le siguen otras necesidades menos importantes para preservar o mantener la vida, pero relevantes por su importancia en mantener cierto grado de bienestar físico y mental. Las necesidades que se encuentran en la punta de la pirámide son las que Maslow llamó «de autorrealización». Las necesidades de autorrealización tienen que ver con el desarrollo de todas las potencialidades de cada individuo. Es decir, comprende las necesidades de alcanzar el éxito, y con ello, aportar un beneficio o un valor a la comunidad.
En el caso de un niño con TDAH, cuyo grado de inquietud e impulsividad le ha llevado a sufrir accidentes (por ejemplo, caer de una azotea, o ser atropellado al atravesar la calle sin precaución), la necesidad de la medicación podrá localizarse cerca de la base de la pirámide, más precisamente en las necesidades de seguridad y protección. No es raro que los niños que padecen un TDAH grave generen un desgaste en sus cuidadores quienes no pueden quitarles la mirada de encima un solo segundo. En cambio, un grado de necesidad distinto es el que corresponde a un estudiante de preparatoria que padece TDAH leve y desea recibir tratamiento para obtener un desempeño académico sobresaliente. En este caso, la necesidad del tratamiento farmacológico se localizará en la punta de la pirámide, pues tiene que ver con las necesidades de autorrealización.
Cabe señalar que muchas veces el medicamento no es necesario en los términos del propio niño o adolescente, pues algunos parecen no «sufrir» el problema, sino más bien, son los padres y los maestros a quienes les resulta «necesario» que el niño se medique.
A lo largo de casi toda la pirámide de Maslow podemos situar el tratamiento farmacológico para el TDAH. En algunos casos podrá estar cerca de la base y en otros cerca de la punta. El nivel en el que ubiquemos la necesidad de tratamiento dependerá de las características del paciente y de su contexto inmediato.
Si bien casi todos solemos plantearnos mal la pregunta en torno a la medicación, el planteamiento correcto no nos garantiza tampoco una fácil respuesta. Desde esta perspectiva, la decisión de medicar depende de una reflexión cuidadosa sobre la calidad de vida del paciente y sobre una estimación del balance entre sus déficits y fortalezas.
Los padres tendrán siempre la última palabra.